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Un proyecto al que te invito a participar
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Un proyecto al que te invito a participar

Marina, José Antonio

Cuadernos de Pedagogía, Nº 525, Sección Opinión, Noviembre 2021, Wolters Kluwer

El autor invita a todos los profesores de primaria o secundaria a participar en su nuevo proyecto con el fin de elaborar currículos integradores que den una visión más coherente de la realidad y del conocimiento. Currículos que, en opinión del filósofo, tengan un contenido teórico que ayude a formar una visión del mundo verdadera, amplia, llena de posibilidades y con criterios claros de evaluación cognitiva y ética. Y que dediquen mucho tiempo a las actividades de entrenamiento —mental, físico o moral—, imprescindibles para adquirir hábitos eficientes.

The author invites all primary or secondary school teachers to participate in his new project in order to develop integrative curricula that give a more coherent vision of reality and knowledge. Curricula that, in the opinion of the philosopher, have a theoretical content that helps to form a true, broad world view, full of possibilities and with clear criteria for cognitive and ethical evaluation. And that they dedicate a lot of time to training activities —mental, physical or moral— essential to acquire efficient habits.

Renovación pedagógica. Sistema educativo formal. Inteligencia. Cultura. Conocimiento. Currículo. Sistema de producción de conocimiento.
Pedagogical renewal. Formal educational system. Intelligence. Culture. Knowledge. Curriculum. Knowledge production system.

José Antonio Marina

Filósofo. Catedrático de Bachillerato

Premio Nacional de Ensayo

Cuando hablamos de renovación pedagógica acabamos fijándonos en los métodos, cuando en este momento lo que nos exige la situación es una reforma muy profunda de las viejas asignaturas. Intentó hacerlo el enfoque por competencias, pero todos sabemos que no acaban de integrarse bien en el diseño de los currículos. Todos decimos que tenemos que desarrollar la capacidad de aprender, el razonamiento crítico, la creatividad, unir la instrucción con la formación de la personalidad, pero seguimos teniendo currículos fragmentados y la solución que se nos ocurre para los contenidos transversales es añadir un nuevo currículo, o, en este momento, añadir a cualquier contenido la apostilla «en perspectiva de género» u otra igualmente vaga.

Los nuevos currículos deben ser integradores, para aprovechar bien el tiempo, y para dar una visión más coherente de la realidad y del conocimiento. Han de tener un contenido teórico que ayude a formar una visión del mundo verdadera, amplia, llena de posibilidades y con criterios claros de evaluación cognitiva y ética. Y deben dedicar mucho tiempo a las actividades de entrenamiento —mental, físico o moral— porque son imprescindibles para adquirir hábitos eficientes. La educación tiene fines múltiples: desarrollar la personalidad, preparar para el mundo laboral y formar buenos ciudadanos. En último término aspiramos a desarrollar la inteligencia de nuestros alumnos a sabiendas de que su gran función es dirigir bien la acción, y que los conocimientos, la gestión emocional, las capacidades creadoras y las virtudes ejecutivas están orientadas a ese fin. Necesitamos conocer para comprender, y comprender para tomar buenas decisiones y actuar. ¿Cómo podemos integrar todas estas finalidades dentro de los límites de un sistema educativo formal? Alguien podrá pensar que, puesto que soy filósofo, voy a decir que la solución está en ampliar el estudio de la filosofía. Pero no es así. Como he intentado mostrar en mis últimos libros, creo que el núcleo de lo que llamamos Humanidades debe ser la Historia. Pero, eso sí, una Historia peculiar, que no solo nos permita conocer lo que ha sucedido, sino aprender de ese conocimiento.

La Historia recoge la experiencia de la Humanidad, pero con la mera sedimentación en la memoria de las experiencias no se aprende nada, si por aprender entendemos algún tipo de mejora de nuestros conocimientos o competencias. El resentimiento, los prejuicios o las manías son también sedimentaciones vitales. Para aprender de la experiencia, también de la histórica, es preciso esfuerzo y una metodología adecuada. Podemos «saber» mucha Historia, sin haber aprendido nada de ella, y esta extraña afirmación necesita ser explicada.

La evolución biológica dejó a nuestra especie en la playa de la historia. Allí comenzó otro tipo de evolución acelerada, la producida por la interacción de la naturaleza humana con la cultura. Se establece un bucle prodigioso. La inteligencia crea cultura, cultura que a su vez recrea la inteligencia. Cambia la expresión de muchos genes, por lo que este modo de concebir la historia enlaza con la biología. Peter J. Richerson y Robert Boyd, dos de los investigadores que mejor han estudiado los mecanismos de la evolución cultural, y que más se han quejado de la fragmentación que existe en las ciencias sociales, consideran que una teoría evolutiva de la cultura podría contribuir a la unificación de las ciencias sociales y relacionarlas, además, con las ciencias biológicas. (Not by genes alone. How Culture Transformed Human Evolution, University of Chicago Press, p.249) Este es el núcleo del currículo integrador que propongo —y que en parte ha sido propuesto por grandes pensadores como Jerome Bruner, Steven Pinker, o Martha Nussbaum. Debería llamarse Ciencia de la evolución de las culturas (CEC).

Lo que llamamos «cultura» es el conjunto de soluciones que una sociedad ha dado a una serie de problemas comunes: sobrevivir, convivir, mejorar las condiciones vitales, aumentar el conocimiento y el poder, dar sentido a la vida, organizar la cooperación, crear normas de conducta, buscar experiencias estéticas o formas de emocionarse, etc. Malinowski ya lo dijo: »la cultura es un gigantesco dispositivo que permite al hombre afrontar los problemas concretos que se le plantean». Pensemos por ejemplo en la genealogía de las formas políticas. Las ciudades, los Estados, los sistemas jurídicos, las constituciones se crearon para resolver los problemas de la convivencia. El gran antropólogo Clifford Geertz resumió la situación con una frase afortunada: «Los problemas son universales; las soluciones, locales». En efecto, todas las sociedades se han enfrentado a los mismos problemas, por eso podemos comprenderlas; pero cada una ha propuesto soluciones diferentes, por eso surgen conflictos, divergencias o convergencias ideológicas. Una visión de las distintas concepciones culturales parece imprescindible para comprender el mundo que vivimos, en el que conviven la globalización, la lucha por las identidades y el choque de civilizaciones. Se cumpliría así el sueño del venerable Kant: elaborar una historia universal desde el punto de vista cosmopolita.

«La educación tiene fines múltiples: desarrollar la personalidad, preparar para el mundo laboral y formar buenos ciudadanos»

Interpretar la evolución como una sucesión de problemas y soluciones, tiene un poderoso interés pedagógico y vital. Nos ayuda a comprender los mecanismos de la inteligencia humana y a entender sus creaciones. Es una hibridación de psicología e historia, que nos permite mostrar a nuestros alumnos que avanzamos planeando problemas, armando proyectos, buscando soluciones. Las religiones, las ciencias, las artes, los sistemas políticos, los modelos de relaciones humanas tienen en su origen necesidades, deseos, expectativas y esperanzas. Se trata de hacer ver la necesidad de una actitud activa ante las dificultades, si no queremos empantanarnos en la sumisión y el inmovilismo; despertar la pasión por proyectar y buscar soluciones. También Martha Nussbaum defiende la conveniencia de enseñar a pensar «en función de problemas humanos comunes, de esferas de la vida en que los seres humanos, sin importar donde vivan, tienen que decantarse por opciones. Comenzar a hacer una comparación intercultural de estos problemas comunes nos pondrá en posición de reconocer una humanidad compartida y, al mismo tiempo, reparar en los modos en que las diferentes culturas e individuos se han enfrentado a esos problemas».

Este enfoque resuelve también el problema más difícil con que nos enfrentamos —responder a la pregunta ¿y esto para qué sirve?— porque introduce cada una de las creaciones humanas —desde las matemáticas a la política, del arte a la religión— en un proceso vivo, emocionalmente cargado y universal. Cuando enseñamos ciencia, lo hacemos desde fuera, explicamos sus resultados, no la actividad que ha llevado hasta ellos y que ha llenado la vida de sus creadores. Los docentes que saben contagiar su pasión por lo que explican obtienen resultados espléndidos. Explicar la pugna por el conocimiento, por la justicia, por la expresividad, por la belleza, por el poder, supone estudiar la cultura desde dentro. Comprender las motivaciones y los problemas da sentido al estudio de las soluciones. Recuerdo que un gran profesor de filosofía de la Sorbona contaba que un día estaba muy orgulloso por la refutación que había hecho en clase de las «aporías de Zenón», aquellas que demostraban que el veloz Aquiles nunca podría adelantar a la lenta tortuga. Su satisfacción desapareció cuando un alumno le dijo: «Profesor, he entendido perfectamente la refutación. Lo que no he entendido es el problema». Para aprender de la Historia hay que comprender los problemas con que tuvieron que enfrentarse nuestros antepasados. ¿Qué hizo que unas bandas nómadas se hicieran sedentarias y desarrollaran la agricultura? ¿Qué línea une las pinturas prehistóricas con la pintura de Picasso? ¿Por qué aparecieron los códigos hace cuatro mil años? ¿Cómo se pasó de la idea de Reino a la idea de Nación?

«La inteligencia crea cultura, cultura que a su vez recrea la inteligencia»

El conocimiento de la evolución de las culturas nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos y al mundo en que vivimos, a resistir el adoctrinamiento, el fanatismo y la superstición, a comprender que podemos estar absolutamente seguros de cosas que no son ciertas, y que todas las conquistas sociales, jurídicas, políticas y económicas de las que disfrutamos son resultado de un largo esfuerzo, pero que son precarias y se pueden venir abajo si dejamos de apoyarlas. Nos permite relacionar las manifestaciones culturales con experiencias ancestrales de la humanidad. No es tan importante que conozcan la historia de la filosofía, el arte o de la religión, como que comprendan por qué tantos millones de personas durante tantos miles de años se han dedicado a esas actividades. Estamos, en realidad, activando el proyecto del gran Wilhem Dilthey, cuando decía: Al ser humano no se le conoce por introspección, sino estudiando aquellas actividades a las que tenazmente se ha dedicado a lo largo de la historia, es decir, la cultura. Nos permite también responder a una pregunta: ¿en qué consiste ser culto en este momento? En conocer la evolución de las creaciones humanas. La CEC no va a aumentar el conocimiento matemático o científico de los alumnos, pero sí su comprensión de lo que el conocimiento matemático o científico ha supuesto para la humanidad. Por eso, elimina la división entre las «dos culturas» —humanista y científica— tan perjudicial para el progreso humano. Ambas se unen en el dinamismo creador de la inteligencia.

Aunque a primera vista pueda parecer lo contrario, la Ciencia de la evolución de las culturas nos pone a salvo de un «culturalismo» mal entendido que equipara todas las culturas y nos condena a un relativismo aparentemente irremediable. Al considerar las culturas conjuntos de soluciones a problemas, podemos comprobar que unas son más eficientes que otras. Solucionan mejor algunos problemas. Podemos decir que la ciencia es superior a la superstición, y la tecnología superior a la magia. Y desde el punto de vista ético, que las culturas que fundan la convivencia en la igualdad de derechos superan a las que la fundan en la discriminación de la mujer o en la aceptación de la esclavitud. La CEC muestra la posibilidad de fundamentar una ética universal no en grandes principios metafísicos o religiosos, sino en la propia experiencia de la humanidad que ha ido descubriendo modos de convivir cada vez más dignos y justos.

«No es tan importante que conozcan la historia de la filosofía, el arte o la religión, como que comprendan por qué tantos millones de personas durante tantos miles de años se han dedicado a esas actividades»

Es evidente que la CEC es un dominio interdisciplinar, para el que deberíamos formar a expertos. Una de las dificultades de eliminar la organización por asignaturas es que preparamos «profesores de asignaturas concretas», con lo que salirse de ese marco resulta muy difícil. Sospecho que la Universidad, que apuesta por la archiespecialización, tal vez no esté interesada en desarrollar este dominio multidisciplinar. Por ello, pienso que debemos desarrollarlo desde la escuela. Es un proyecto educativo. Somos nosotros los que debemos cuidar del futuro de nuestros alumnos y de nuestra sociedad, y no solo debemos transmitir los saberes que se crean en otras instancias, sino que debemos crear nuestro propio «sistema de producción de conocimiento», nuestra propia «agenda de investigación». Pondré un ejemplo. La Historia es una ciencia, y los historiadores profesionales son los encargados de elaborarla. Nosotros los docentes no debemos intentar competir con esos grandes investigadores académicos, sino aprovecharnos de su trabajo. Nuestra tarea no es la investigación histórica —o biológica, física, matemática, lingüística— sino averiguar cómo nosotros y nuestros alumnos podemos aprender de ella. Mi propuesta es elaborar desde la escuela una Ciencia de la evolución de las culturas que pudiéramos impartir en todos los niveles de la enseñanza, y que integrara los contenidos que están ahora dispersos en Historia política, del arte, de la ciencia, en filosofía, en religión, en educación cívica, siguiendo el proceso histórico en que se fueron elaborando. Contemplar la inteligencia en acción. El trato continuo con problemas —científicos, sociales, expresivos, emocionales— permite desarrollar las competencias para resolverlos, disfrutar con los éxitos de la inteligencia humana y sufrir con sus fracasos.

Es sin duda un proyecto megalómano al que invito a todos mis colegas, profesores de primaria o secundaria. Se trata de elaborar esos currículos, demostrando su posibilidad y eficacia, para después presentarlos a la sociedad y a las autoridades educativas. Es una tarea multidisciplinar. ¡Pero es que la escuela lo es! En un instituto o en un centro de formación profesional hay profesionales de todas las disciplinas. Es evidente que necesitamos estudiar mucho, aprender a colaborar, definir bien los problemas y encontrar las soluciones. Pero en eso consiste nuestra profesión: antes de pretender enseñar, debemos empeñarnos en aprender.

Quienes estéis interesados en el proyecto, podéis poneros en contacto conmigo a través de mi página joseantoniomarina.net

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Cuadernos de Pedagogía|22/11/2021 12:38:06
Puede acceder a la página a joseantoniomarina.net para más información.Notificar comentario inapropiado
Lourdes Ramon Bejarano|13/11/2021 11:26:12
Me gustaría participarNotificar comentario inapropiado
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